lunes, 21 de julio de 2008

LA EXPEDICION DE TUPAC YUPANQUI

A continuación, un capítulo de la obra de Federico Kauffmann Doig: "Historia y Arte del Perú Antiguo". Tomo 5, dedicado a la expedición marítima del inca Túpac Yupanqui. Un viaje que según los más connotados especialistas en la historia del Perú Antiguo (incluyendo Kauffmann), fue un suceso real, aunque no se haya determinado aún el lugar exacto adonde arribaron el inca y sus hombres.

PROYECCION MARITIMA: LA EXPEDICIÓN DE TÚPAC YUPANQUI

De acuerdo a los cronistas Pedro Sarmien­to de Gamboa y Miguel Cabello Valboa, el inca Túpac Yupanqui (Topa Inca o Túpac Inca Yupanqui) habría organizado una expe­dición marítima partiendo de algún punto del litoral del Pacifico situado en territorio de lo que hoy es Ecuador y que por entonces formaba parte del Incario. También esta jornada fue co­mentada por Martín de Múrua (1560-1611), aunque de manera sucinta y sin agregar nada sustancial.


Los cronistas Cabello y Sarmiento recogie­ron el relato independientemente y en regiones apartadas unas de otras. Este hecho es impor­tante tener en cuenta, puesto que a pesar de es­tar diferencias coinciden básicamente en todo. Ninguno de ellos, incluyendo aquí a Murúa, dudaban de que se trataba de un acontecimien­to real.

Pedro Sarmiento de Gamboa obtuvo su ver­sión en el Cuzco, cuando por orden del virrey Toledo elaboraba un pormenorizado informe sobre la historia del Incario (Sarmiento de Gamboa 1572). En lo que toca a Cabello Valboa (1586), este cronista recogió su relato entre 1571 y 1581 durante su estancia en la costa pe­ruano-ecuatoriana o tal vez en Quito (Valcár­cel 1951).

La memoria colectiva recordaba que nave­gando sobre numerosas balsas, dotadas de velas, la flota dispuesta por Túpac Yupanqui se internó mar adentro hasta abordar, meses después, dos islas: Auachumbi y Ninachumbi. Sar­miento de Gamboa advierte que éstas serian las que divisó personalmente, a lo lejos en 1567, cuando navegaba por el Mar del Sur bajo las órdenes de Álvaro de Mendaña. Por su parte Cabello Valboa se lamenta, que éstas no se hu­bieran identificado geográficamente.
Hernando Urco Guaranga, el informante de Sarmiento, aseguraba haber participado en aquella hazaña. Los trofeos trasladados al Cuz­co desde las lejanas islas, habrían sido depo­sitados en el colosal templo de Sacsahuaman; cuando hacia 1572 Sarmiento interrogaba a Ur­co Guaranga, era éste quien conservaba parte de los mismos. La tradición recogida por Sar­miento, tanto como por Cabello Valboa, señala que el botín habría consistido en “mucho oro y una silla de latón y un pellejo y quijadas de caballo”, además de “Yndios prisioneros de co­lor negra”.

1. El relato de Sarmiento de Gamboa

La versión de Sarmiento de Gamboa (Sarmien­to de Gamboa 1572, cap. 46), está basada en los datos que le proporcionó el cuzqueño Urco Guaranga, así como también en informes complementarios que recogió en el Cuzco. Su rela­to es como sigue:

“Y andando Topa Inga Yupangui conquis­tando la costa de Manta y La isla de la Puna y Túmbez, aportaron allí unos mercaderes que habían venido por la mar de hacia el poniente en balsas navegando a La vela. De los cuales se informó de la tierra de donde venían, que eran unas islas, llamadas una Auachumbi y otra Ni­nachumbe, adonde había mucha gente y oro. Y como Topa Inga era de ánimo y pensamien­tos altos y no se contentaba con lo que en tierra había conquista, determinó tentar la fèliz ven­tura, que le ayudaba por la mar. Mas no se cre­yó asi ligeramente de Los mercaderes navegantes, ca decia él que de mercaderes no se debían los capas asi de la primera vez creer, porque es gen­te que habla mucho. Y para hacer más información, y como no era negocio que dondequiera se podía informa dél, llamó a un hombre que traia consigo en las conquistas, llamado Antar­qui, el cuaL todos éstos afirman que era grande nigromántico, tanto que volaba por los aires. Al cual preguntó Topa Inga si lo que los mer­caderes marinos decían de las islas era verdad. Antarqui le respondió, después de haberlo pen­sado bien, que era verdad lo que decían, y quél iría primero allá. Y asi dicen que fué por sus artes, y tanteó el camino y vido las islas, gente y riquezas dellas, y tornando dió certidumbre de todo a Topa Inga.
El cual con esta certeza se determinó ir allá. Y para esto hizo una numerosísima cantidad de balsas, en que embarcó más de veinte mil soldados escogidos. Y llevó consigo por capita­nes a Guaman Achachi, Conde Yupangui, Quígual Topa (éstos eran Hanancuzcos) y a Yancan Mayta, Quizo Mayta, Cachimapaca Macus Yu­pangui, Llimpita Usca Mayta (Hurincuzcos); y llevó por general de toda la armada a su her­mano Tilca Yupangui y dejó con los que que­daron en tierra a Apo Yupangui.
Navegó Topa Inga y fué y descubrió las is­las Auachumbi y Ninachurnbi y volvió de allá, donde trajo gente negra y mucho oro y una de latón y un pellejo y quijadas de caballo: los cuales trofeos se guardaron en la fortaleza del Cuzco hasta el tiempo de los españoles. Este pellejo y quijada de caballo guardaba un inga principal, que hoy vive y dio esta relación, y al ratificarse los demás se halló presente y llámase Urco Guaranga. Hago instancia en esto, porque a los que supieren algo de Indias les parecerá un caso extraño y dificultoso de creer. Tardó en este viaje Topa Inga Yupanqui más de nueve meses, otros dicen un año, y como tar­daba tanto tiempo, todos le tenían por muerto, mas por disimular y fingir que tenían nuevas de Topa Inga, Apo Yupangui, su capitán de la gente de tierra, hacia alegrías; aunque después le fueron glosadas al revés, diciendo que aque­llas alegrías eran de placer, porque no parecía Topa Inga Yupangui; y le costó la vida”.

•Análisis del relato de Sarmiento de Gamboa

Del relato transcrito por Pedro Sarmiento de Gamboa en 1572, se desprende:

(1) Que la información la recogió en el Cuzco y le fue relatada por Flernando Urco Guaranga, personaje de quien afirma que “hoy vive y dio esta relación”. Urco Guaranga aseguraba haber participado en la mentada expedición marítima de Túpac Yupanqui. Tenía en su poder algunos de los trofeos traídos de las lejanas is­las de Auachumbi y Ninachumbi, que hasta 1534 habrian sido conservados en el ternplo de Sacsahuaman.
(2) Que Urco Guaranga narró su historia a Sar­miento de Gamboa entre 1570 y 1572, y no posteriormente debido a que en 1572 concluyó su Historia Índica que le fue encargada por el virrey Francisco de Toledo (1515-1582).

(3) Que en 1572 Urco Guaranga debía frisar los 85 años, de acuerdo a lo que afirma un protocolo levantado y fechado en el Cuzco en aquel año y citado por Richard Pietschmann en su introducción a la primera edición de la obra de Sarmiento (Pietschmann 1906).

(4) Que la expedición marítima de Túpac Yu­panqui debió tener lugar alrededor del año 1500, fecha calculada sobre la base de que Ur­co Guaranga habría contado por entonces entre 15 a 17 años.

(5) Que se presenta una incongruencia, cuan­do se coteja la fecha estimada como válida para eL deceso de Túpac Yupanqui. En efecto, siguien­do la cronología de la capac-cuna de Cabello Valboa (1586), John Rowe (1946) calcula qué falleció hacia 1493; esto es unos siete a diez años antes de la fecha calculada para la expe­dición. La encrucijada debe, con todo, tomar en cuenta que las fechas de nacimiento, muerte y reinado de los soberanos incas proporcionadas por Cabello Valboa, son solo aproximadas; en todo caso el tema requiere de estudios más detenidos para fijar con mayor precisión las fe­chas de estos acontecimientos.

(6) Que, la incongruencia señalada no elimina la posibilidad de que Urco Guaranga navegara en la memorable jornada marítima.

(7) Que Cabello Valboa cita, por otro lado, a un tal Urco Guaranga como consejero de Huáscar, que cronológicamente bien podría haber sido el informante de Sarmiento de Gamboa.

(8) Que el soberano Túpac Yupanqui habría arribado en balsas, con velas, a lejanas islas que bautizó como Auachumbi [aua o agua= fo­ráneo / chumpi = motivos menudos (en tejidos) = ¿conjunto de islas de vistosos contornos?), y como Ninachumbe (nina = fuego (¿volcán?) / chumpi motivos menudos (en tejidos)=islas de vistosos contornos].

(9) Que de las legendarias tierras insulares se tenia noticia, de mercaderes que por vía marítima “habían venido por la mar de hacia el po­niente...” [a las costas peruano-ecuatorianas] “en balsas navegando a la vela”. Y que Túpac Yupanqui recogió estos informes “andando... conquistando la Costa de Manta y la isla de la Puná”.

(10) Que para “verificar” si eran ciertos los rumores acerca de la existencia de aquellas islas, Túpac Yupanqui acudió a Antarqui, quien poseído de sus poderes chamánicos “voló” hasta las mismas ratificando así la versión dada por los mercaderes.

(11) Que la expedición contó con una flota de “numerosísima cantidad de balsas” [probablemente con vela como las de los comerciantes mencionados y en las] “que [fueron embarca­dos] más de veinte mil soldados escogidos”. Esta cifra fue probablemente inflada por la tra­dición oral.

(12) Túpac Yupanqui se hizo acompañar por su hermano, llamado Tilca Yupanqui, a quien nombró “general de toda la armada” y que éste dispuso del apoyo de siete “capitanes” de los li­najes tanto de Hurincuzco tanto como de Ha­nancuzco.

(13) Que la expedición habría tardado en arri­bar a las lejanas islas “más de nueve meses” [y agrega que] “otros dicen un año…” Los datos citados no pueden ser verificados y acaso podrían ser exagerados por la propensión univer­sal de la memoria colectiva de engrandecer, con el transcurso del tiempo, los hechos históricos, dando paso a la leyenda.

(14) Que al retornar los expedicionarios trajeron consigo trofeos exóticos, que fueron depositados “en la fortaleza del Cuzco” [Sacsahuamán] “hasta tiempo de los españoles” en 1572 esta­ban algunos de éstos en poder de Urco Gua­ranca.

(15) Que el botín estaba originalmente conformado por “gente negra y mucho oro y una silla de latón y un pellejo y quijada de caballo”. Cuando Urco Guaranga era interrogado por Sarmiento en 1572, conservaba en su poder la “silla de latón, el pellejo y [las] quijadas de ca­ballo”. No así el oro; sobre la “gente negra” traída de las legendarias tierras no se hace mención.

(16) Que de haber sido Auachumbi y Nina­chumbi islas del conjunto de Lobos de Afuera, al estar éste ubicado a sólo 80 km. de las costas de Lambayeque, la expedición que comentamos no habría merecido especial atención o habría sido olvidada. Debido a su cercanía a la costa, la mentada expedición no habría empleado adi­cionalmente el tiempo señalado en el relato, de diez a doce meses.

(17) Que juicio semejante es aplicable igual­mente en el caso de que se estimara que las mentadas islas fueran del grupo Lobos de Tierna, que sólo está alejado veinte kilómetros de la costa.

(18) Que de acuerdo a lo expuesto, las islas de Auachumbi y Ninachumbe tendrían que haber estado ubicadas en espacios más alejados de las costas sudamericanas.

(19) Que las islas Galápagos o Archipiélago de Colón, conformado por cincuenta y cinco ínsulas que se ubican entre los paralelos 1º 36º de latitud S y 0º 34º de latitud N y los meridia­nos 89º 27’ y 91º 43’ de longitud 0 de Green­wich, distan unos 900 kilómetros de la costa ecuatoriana; pero que éstas no podrían haben incluido las islas de Auachumbi y Ninachum­be como lo puntualiza Thor Heyerdahl (1952), debido a que las islas Galápagos no están cons­tituidas por tan sólo dos islas sino por todo un archipiélago. Sin embargo, habría que tener presente que la voz chumpi alude a faja dotada de varios elementos. Con todo, es de toman en cuenta que las islas Galapagos estaban deshabitadas al descubrirlas accidentalmente el obispo de Panamá Tomas Berlanga en 1535, cuando una corriente alejó su nave que se dirigía rum­bo al Perú.

(20) Que Sarmiento de Gamboa afirma cate­góricamente que habría identificado las legendarias islas de Auachumbi y Ninachumbe. Refiere al respecto haberlas divisado en 1567, cuando a unas “ducientos y tantas Leguas de Lima” surcaba el Mar del Sur. La legua marítima equivale a 5.555 metros y 55 centímetros. Agrega Sarmiento que al notificar al “gobernador y licenciado Castro” sobre su descubrimiento éste le prohibió explorar las islas en cuestión, no­ obstante que se hallaba navegando cerca de ellas y participando en la incursión marítima de Álvaro de Mendaña (1549-1595), que lo condujo al descubrimiento de las islas Salomón en el archipiélago de Melanesia.

(21) Que de haber sido las islas Auachumbi y Ninachumbe las divisadas por Sarmiento de Gamboa, éstas se ubicarían en las proximida­des de las islas Marquesas. Con todo, el relato de Sarmiento no permite una comprobación en este sentido.

Balsa construida según el modelo empleado por los antiguos peruanos para la Expedición Chimok, de 1991, que condujera el español Pedro Neira. Foto: Archivo Federico Kauffmann Doig.

2. La versión de Cabello Valboa

Al relato sobre el viaje marítimo de Tápac Yu­panqui legado por Sarmiento de Gamboa y obtenido en el Cuzco, se suma el de otro cronis­ta, Miguel Cabello Valboa (1586).

La versión de Cabello Valboa fue obtenida independientemente de la registrada por Sarmiento de Gamboa. Los manuscritos de ambos autores permanecieron inéditos, el primero hasta el siglo XIX y el segundo hasta 1906. De haben conocido Cabello el manuscrito de Sar­miento, éste le habría servido para completan algunos pormenores como el relativo a Urco Guaranga, o aquel que se refiere al chamán An­tarqui. La versión de Cabello Valboa fue reco­gida durante la estancia en Quito del cronista, o tal vez en La costa del Ecuador como lo se­ñala Luis E. Valcáncel (1951); más de un dece­nio después de haben finiquitado Sarmiento su obra que redactó en el Cuzco.

No obstante lo señalado, comparando los datos proporcionados por uno y por otro cronista sorprende que concuerdan hasta en algu­nos detalles. Por ejemplo en lo que se refiere a que la navegación se prolongó por muchos meses, a que las islas abordadas fueron llama­das “Hagua Chumbi y Nina Chumbi” (Cabe­llo); como también en cuanto a precisiones acerca de la cantidad y calidad de los trofeos reclutados por la expedición.

Transcribimos la versión de Cabello Val­boa:

“...determino Topa Yunga, y sus consultores de explorar y descubrir las Provincias interpuestas de Quito hasta el mar (...) en este lugar fue donde la vez primera el Rey Topa Ynga vido del Mar, al qual como lo descubriese de un alto hizo una muy profunda adoración, y le llamo Mamacocha, que quiere decir madre de las lagunas, y hizo apercebir gran cantidad de las embarcaciones que los naturales usavan (que son cientos palos liuianos notablemente) y atando fuertemente unos con otros, y haciendo en cima cierto tablado de Cañizos, tegidos, es muy segura y acomodada embarcación: a las quales nosotros auemos llamado Balsas pues auiendose juntado de estas la copia que parecio bastante para la gente que consigo determinaua llevan tomando de los naturales de aquellas costas los pilotos de más experiencia que pudo hallar, se metio en el Mar con el mismo brio y animo que si desde su nacimiento huviera experimentado sus fortunas, y truecos. De este viage se alejo de tierras mas que se puede fal­cilmente (sic.) creen, mas ciento afirman los que sus cosas de este valeroso Ynga cuentan, que de este camino se detuvo por la mar duracion y espacio de un año, y dicen mas que descubrio ciertas Yslas a quien llamaron Hagua Chumbi y Nina Chunbi que Yslas estas sean en el mar de el Sur (en cuya costa el Ynga se embargo) no lo osare determinadamente afirmar, ni que tierra sea la que pueda presusmirse ser hallada en esta nauegacion. Las relaciones que de este viage nos dan los antiguos son que trujo de alla Yndios prisioneros de color negra, y mucho oro y plata, y mas una Silla de Laton, y cueros de animales como Cauallos, y de parte donde se puedan traer las tales cosas de todo punto se ignora en este Piru, y en el mar que lo va pro­longando: mas lo que en este particular sabre decir es, que este año pasado de 1585 viniendo de la nueva España, Don Alonso Nino vecino de La Ciudad de Los Reyes con Nauio y mercaderia propia traia por su Piloto a un Juan Gomez vecino de Sonsonate, y un Viernes a 28 de Fe­brero descubrieron muchas y muy vistosas Yslas en las cuales se mostraeuan Cordilleras altas, y Valles, aunque no se determinaron de todo punto si eran de Montanas, ó tierra rasa y de­socupada, y la poca curiosidad del mismo Don Alonso le hizo pasar por entre ellas sin satis­facerse si eran disiertas, y pobladas y aun sin tomar agua en ellas trayendo de ella harta ne­cesidad. Dicen estar estas Yslas leste a oeste con la de la Plata (junta á Manta) y que les parecio (según el camino que hicieron) que estaran ochenta o cient leguas de el Puerto de Payta. Si el buen animo, y honorosa determinación de Don Alonso Niño diera lugar á ello fuera es­tuvieramos de duda si aquellas eran o no las que visito y conquisto nro Topa Ynga Yuypan­gui, y su rustica flota, mas estarnos emos con esta sospecha, hasta que un varon de mas pecho nos satisfaga con su exploración. Tambien se sabe que en aquella parte que decimos (aun­que mas á el Astro o Sur) ay muchas Yslas de que nros Españoles no se aprovechan, porque Escobar vecino de Yca me afirmo que yendo el huiendo las armas de los Tiranos Pizarristas en tiempos passados el y otros diez Compa­ñeros tomaron un barco en el Puerto de Anca, y con deseo de pasarse á nueva España se me­tieron en el un Viernes a medio dia, y dice que el Lunes siguiente aliaron una alta peña en el mar horadada por medio casi a manera de ar­golla o sortija, y pasando adelante el Viernes siguiente (que se cumplían nueve dias de su navegacion) vieron y descubrieron una gran­de y espaciosa Ysla muy ocupada de semen­teras de yuca y maiz, y muy apacible y de buen temple, y llegando a tierra mataron algunas palomas Torcaces (de que auia en mucha can­tidad) y pasaron adelante sin se osar detener. Nicolao Degio (Piloto y Marinero muy anti­guo en este mar de el Sur) me afirma auer el ansi mesmo visto otras Yslas semejantes en el mismo parage, y otras personas afirman auer visto en ellas gentes y sementeras: he traydo esto en este Lugar, para que el lector curioso en­tienda que fue posible auer hallado el Topa Yngayupangui las Yslas que las antiguas rela­ciones nos dicen, y queel auerse dado poco por buscallas á los Principes que an governado este Piru es causa de que nos sean ocultas, y ansi las pongo yo en mi Mapa con este nom­bre de huerfanas, por no auer tenido padre que las rescate. Finalmente digo que afirman los mas acreditados marineros, que corriendo Norte Sur con la misma costa (apartadas della cient leguas algo mas o menos) va cierta cordillera de Yslas, que naciendo y comenzando desde seis ó siete grados de altura, al Polo Artico y Nor­te corre hasta muchos grados de altura al Polo Antártico ó Sur, y en algunas de estas aporto el Ynga con su flota y de alla trujo las cosas referidas. De donde quiera que el viage hizo Topa Ynga y su flota dicen auer venido pujante y vencedor, y como tal volvio a proseguir su ca­mino...”

•Análisis del relato de Cabello

Del relato consignado en la obra de Cabello Valboa se desprende lo siguiente:

(1) Que su versión confirma lo aseverado por Sarmiento de Gamboa, en el sentido que Túpac Yupanqui, partiendo de las costas peruano-ecuatorianas realizó una titánica expedición marítima por aguas del Pacífico.

(2) Que las embarcaciones eran hechas de “cier­tos palos” (balsas) y que por encima de ellas se levantaba un recinto construido de carrizos (ca­ñizos) el que debió lucir techado. Embarcacio­nes de este tipo perduraron durante el período colonial, como se advierte por ilustraciones in­sertas en las obras de Jorge Juan y Antonio de Ulloa (1748), Alexander von Humboldt (1810) y de otros estudiosos americanistas de la época. Las dibujan en forma de balsas grandes, con ve­las, constituidas por troncos verticales sobre cuya superficie se presenta un tabladillo, que descansa sobre maderos horizontales, y encima del cual se erigía una construcción a manera de una vivienda; las fotografías de Enrique Brü­ning (Schaedel 1988, pp. 70, 82-84, 86-87), cap­tadas a fines del siglo XIX, la retrata a manera de una choza (Kauffmann Doig 1992, p.25).

(3) Que los pilotos eran naturales de las costas ecuatorianas “de mas [mayor] experiencia que pudo hallar” Túpac Yupanqui.

(4) Que fue el propio soberano quien coman­dó la expedición: “se metio en el Mar con el mismo brio y animo que si desde su nacimiento huviera experimentado sus fortunas y truecos”.

(5) Que la expedición se alejó de la costa “mas que se puede facilmente creer”; repitiendo al respecto, en términos generales lo transmiti­do por Sarmiento de Gamboa en cuanto a que la jornada se habría extendido por “espa­cio de un año”.

(6) Que la expedición terminó por tocar las islas de Hagua Chumbi y Nina Chumbi, en el mar del Sur; y que fueron bautizadas con estos nombres por los expedicionarios.

(7) Que Cabello Valboa presenta sus dudas acerca de cuáles habrían sido las dos islas ci­tadas en el relato.

(8) Que Túpac Yupanqui habría retornado portando diversos trofeos: “mucho oro y plata, y más una Silla de Laton, y cueros de animales como Cauallos”, además “trajo de alla Yndios prisioneros de color negra...”.

(9) Que lamenta la falta de interés “en este Piru [...] para averiguar [de] donde se puedan traer las tales cosas”. Esto es, la ausencia de una preocupación que hubiere llevado a identificar Haguachumbi y Ninachumbí en el mundo in­sular del Pacífico.

(10) Que inquirió en base a relatos de di­versos navegantes españoles, como el de Alon­so Niño (1486-¿1505?), que las islas estarían alejadas de Payta “ochenta ó cient leguas”; em­pero Cabello no llegó a pronunciarse cuáles serían las de Haguachumbi y Ninachumbi (La legua marítima equivale a 5.555 metros y 55 centímetros).

(11) Que por el hecho de que navegantes espa­ñoles habían descubierto diversas islas alejadas de la costa, la posibilidad de que la experiencia de Túpac Yupanqui no hubiera sido un inven­to se vería reforzada.

(12) Que presenta la sospecha de que en “cier­ta cordillera de Yslas”... [alejada] “cient leguas algo mas o menos” [sobre cuya existencia le informaron] “acreditados marineros’; podrían estar ubicadas Hagua Chumpi y Nina Chum­bi, abordadas por la flota de Túpac Yupanqui. El archipiélago distante de Payta “ochenta o cient leguas’; que menciona Cabello Valboa, podría acaso corresponder a las islas Marque­sas (Tuamotú); tomando en cuenta que la legua marina equivale a 5.555 kilómetros y 55 cen­tímetros, así como también a la circunstancia de que la expedición de Túpac Yupanqui ha­bría tenido una duración de varios meses.




Dibujo de una embarcación inca. Compartimentos: 1) Palos de balsa. 2) Amarre con sogas de bejuco. 3) Popa para carga y comando de remeros. 4). Sitio de los remeros. 5) Vela de tela de algodón. 6) Velamen en forma de T. 7) Cordel para orientar la vela. 8) Camarote y bodega. 9) Lugar de la capitanía o timonel mayor. 10) Timón principal.


3. Conclusiones generales

No obstante la curiosidad manifiesta por Ca­bello de Valboa de precisar geográficamente cuáles eran las islas de Ninachumbi y Ana­chumbi, y las indagaciones realizadas por varios autores modernos entre los que se encuentra Hermann Buse de la Guerra (1973) y Thor He­yerdahl (1952), autor de una pulcra y deteni­da investigación sobre travesías en el Pacífico partidas de las costas peruano-ecuatorianas, las islas abordadas por Túpac Yupanqui en su viaje rumbo a Oceanía siguen envueltas en lo enigmático en lo que toca a su identificación.


No puede discutirse, en cambio, a la luz de la eurística y la hermenéutica de la documenta­ción antigua, que la expedición haya en efecto tenido lugar. El tipo de embarcaciones, con las que contaban los antiguos peruanos para na­vegar, permitía alcanzar lugares alejados de la costa. Lo demuestran los viajes realizados por Thor Heyerdahl (1952, 1957) a las islas Mar­quesas y a Rapa Nui o Isla de Pascua.

Lo expuesto por Sarmiento de Gamboa acer­ca de que la expedición habría navegado “nueve meses, otros dicen un año”; así como la referen­cia sobre el número de participantes de “más de veinte mil’; deben considerarse como abul­tamientos legendarios del relato, destinados a engrandecerlo. Empero no invalidan la po­sibilidad que estemos frente a un hecho his­tórico.
La referencia a la entrevista del cronista Sar­miento de Gamboa con Urco Guaranca, y la circunstancia que una parte del botín obraba en 1572 en poder del citado informante, en el Cuzco, son pruebas adicionales de gran peso para sostener que la expedición de Túpac Yu­panqui no sea un mero mito.

La veracidad del evento marítimo podría ser apoyada adicionalmente por relatos antiguos, como el recogido por el empedernido viajero F. W. Christian, citado por Paul Rivet (1943, pp. 188-189). Este hace referencia a una incursión a la isla Mangareva, del archipiélago de Gambier, de un jerarca llamado Tupa. Este acontecimiento habría tenido lugar, cuando aún no eran empleadas las embarcaciones tí­picamente polinésicas (catamarán). Además, señala que sus protagonistas habrían sido na­vegantes procedentes del oriente, de Mangareva; acaso gente procedente del continente ameri­cano como propone Thor Heyerdahl (1996), quien precisamente destaca la coincidencia de la onomástica Tupa como un hecho muy re­levante en el contexto de su hipótesis acerca de que antiguos navegantes peruanos hubieran incursionado en Oceanía.

Debe tomarse en cuenta, con todo, que el archipiélago de Gambier en el que se ubica Magareva, está alejado de las costas del Perú unos 6,000 km. Dobla la distancia que separa la isla de Rapa-Nui o Pascua, ubicada a unos 3,760 km del litoral chileno. Por lo mismo Thor Heyerdahl (1957) se inclina en favor de la po­sibilidad de que las balsas de Túpac Yupanqui pudieran haber arribado más bien a la Isla de Pascua, que abordó y exploró en 1955/56 en su expedición Aku Aku.


Ciertas similitudes, entre algunas expresio­nes de la arquitectura de Rapa-Nui y del Perú incaico, sorprenden, debido a que conjuntos arquitectónicos pascuenses como Vinapu y Ahu Te Peu, recuerdan los de Sacsahuaman por ejemplo. Estos parecidos no constituyen empero pruebas de peso, en la discusión de contactos culturales transpacíficos; como tampoco el que sarcófagos antropomorfos de los Chachapoyas se parezcan a las gigantescas estatuas de Rapa Nui, por el hecho que en ambos casos los seres míticos son retratados con la mandíbula in­ferior destacada exageradamente, debido a que en ambos casos los personajes retratados portan una máscara que se confunde con la cara (Kauffmann Doig 1989).

El hecho que los actuales descendientes de los antiguos pobladores de la Isla de Pascua, de constitución física polinésica, continúen practicando una economía basada en la yuca (Manihot esculenta) y el camote (Ipomea ba­tata), tampoco permite afirmar tajantemente que la Isla de Pascua fuera ocupada por an­cestrales navegantes peruanos. En efecto, la dispersión del camote o kumara, así como de la yuca o mandioca, no se limita a la Isla de Pas­cua ni al Perú; estos cultígenos gozan de una amplia difusión tanto en Oceanía como en América, según lo ha demostrado el propio Thor Heyerdahl (1952). Con lo expuesto no se niega, sin embargo, la posibilidad de que los cultígenos mencionados fueran “exporta­dos” de América a Oceanía; contrariamente a lo que planteaba Paul Rivet (1943) que suge­ría una importación desde la Polinesia a la América.

En lo que respecta a la presencia de embar­caciones que habrían posibilitado travesías marítimas largas, como la emprendida por Tú­pac Yupanqui, es preciso subrayar que esta eventualidad quedó demostrada con los pro­longados viajes de Thor Heyerdhal (1952, 1957) por el Pacífico, partiendo de las costas suda­mericanas en una embarcación construida de acuerdo a modelos peruanos antiguos, y apro­vechando la dirección de las corrientes marinas.

Durante el segundo viaje de exploración emprendido por Francisco Pizarro y sus huestes en 1526 por las costas septentrionales del In­cario, el barco piloteado por Bartolomé Ruiz tropezó con una balsa provista de vela, tripu­lada por veinte personas, la misma que portaba cuantiosa mercadería (Sámano y Xerez 1527).

Balsas como la descrita en la crónica atri­buida a Juan de Sámano y Francisco de Xerez, continuaron usándose en la costa norte después de arribar los españoles; como puede verificar­se por los grabados en la obra de Jerónimo Ben­zoni (1572), de Alexander von Humboldt y Aimé Bonpland (1910), así como de Jorge Juan y Antonio de Ulloa (1748). También se dispone de fotografias captadas por Enrique Brüning en el último tercio del siglo XIX (Kauffmann Doig 1992). Balsas como las citadas eran des­tinadas a la navegación de cabotaje, por lo que no incursionaban mar adentro.

La expedición de Túpac Yupanqui rumbo al ignoto mundo insular de Oceanía, debe ser recordada como un antecedente, prehispánico, de la gesta marítima descubridora del mundo insular del Pacífico, en la que sobresalieron aguerridos navegantes españoles como Álvaro de Mendaña (1549-1595) o el portugués Pedro Fernández de Quiroz (1565-16 16), que con propiedad reconoció Australia (Busto Du­thurburu 1973; Lohmann Villena 1973); así como también las travesías en nuestro tiempo, emprendidas por Thor Heyerdahl (1952; 1957) en las embarcaciones Kon-Tiki y Aku-Aku y que demostraron que los antiguos peruanos pudieron navegar considerables distancias en balsas de vela, hasta acaso tocar los atolones de la Polinesia como lo asevera José Antonio del Bus­to (2000) en un libro que ha publicado respecto a la expedición marítima de Túpac Yupanqui.

De lo expuesto concluimos que la expedición de Túpac Yupanqui a Oceanía puede corres­ponder a un hecho histórico, por más que el relato encierre pasajes engrandecidos por la me­moria colectiva y aún tomando en cuenta que hasta ahora no haya podido ser fijada la ubica­ción de las islas de Auachumbi y Ninachumbi.

miércoles, 2 de abril de 2008

PREDICCIONES DE LA CAIDA DEL IMPERIO INCA






Ocurrió hacia el año 1512, en la Plaza de Aucaypata (Cuzco). Huayna Cápac era entonces el Señor de las cuatro partes del Mundo o Tahuantinsuyo, y bajo su mando su reino se halla en su apogeo. Los límites del Imperio se prolongaban al norte hasta Pasto, en la actual Colombia, y al sur hasta el río Maule, en el corazón del actual Chile. Todo indicaba que el esplendor del Incario continuaría por mucho más tiempo, y que el Inca, ya de edad avanzada, dejaría como herencia a sus sucesores un reino estable y fortalecido. Pero entonces ocurrió lo imprevisto.



Mientras el Inca oficiaba la ceremonia al Sol o Inti Raymi en plena Plaza Mayor, como todos los años, de pronto se vió en el cielo un extraño espectáculo: apareció un anca o águila real perseguida por cinco o seis halconcillos o huaman y otros tantos cernícalos, los cuales atacaron al águila como por turnos, impidiéndole volar y tratando de matarla a picotazos. El águila, al no poderse defender, cayó en medio de la Plaza mayor, entre el Inca y los miembros de la realeza, quienes al cogerla vieron que estaba enferma, cubierta de caspa, con sarna y casi pelada. Diéronle de comer y le prodigaron muchos cuidados, pero de nada sirvió; a los pocos días el águila expiró.



El suceso era a todas luces de muy mal agüero, y el Inca llamó entonces a todos sus adivinos o laicas para que lo descifraran: todos confirmaron que era un presagio de que pronto habría derramamiento de sangre real, guerras y finalmente la destrucción del Imperio. No se trataba solo de una catástrofe pasajera: se trataba del final de todo una forma de gobierno y de un estilo de vida hasta entonces conocido. Algo que por cierto comprimió el corazón del Inca y de la nobleza. El Inca, disimulando su temor, consultó otros oráculos, cuyas respuestas fueron muy confusas. Cuenta Garcilaso (a quien hemos seguido a lo largo de este relato) que por esos años ocurrieron también cataclismos naturales que fueron como los heraldos precursores de la desgracia que sobrevendría al Imperio: muchos terremotos tan destructivos como nadie recordara o guardara memoria, sismos “que hacían caer muchos cerros altos”. Los indios de la costa fueron testigos también como el mar crecía de modo que nunca habían visto y en el cielo se vieron surcar “muchos cometas espantosos”.




Continúa Garcilaso refiriendo que una noche muy clara y serena se vio a la luna con tres cercos muy grandes. “El primero era de color sangre. El segundo, que estaba más afuera, era de un color negro que tiraba a verde. El tercero parecía que era de humo”. Un adivino o laica fue donde el Inca y le avisó que aquel extraño fenómeno era un aviso de su madre Luna de la desgracia que pronto Pachacamac (el que mueve el mundo, el dios reverenciado en el santuario de su nombre al sur de Lima) haría caer sobre el Imperio: el primer cerco de color de sangre significaba que no bien el Inca falleciera, estallaría una cruel guerra entre sus hijos y se derramaría mucha sangre de la realeza. El segundo cerco negro era un aviso que tras la guerra civil sobrevendría la ruina y el fin del Imperio, de su religión y de su gobierno, todo lo cual se convertiría en humo, que era lo que significaba el tercer círculo que se veía en la Luna. El Inca no quiso creer lo que escuchaba y despidió de mala manera al laica, diciéndole que seguramente había soñado tal cosa y no visto realmente, pero el adivino le invitó a que saliera de su aposento y viera con sus propios ojos las señales que su madre Luna le mandaba: el Inca salió y comprobó que era cierto. Mandó entonces a traer a otros adivinos, entre ello uno muy reputado de la nación Yauyos, todos los cuales concordaron con la interpretación del primer adivino, sin haberla oído previamente.
El Inca se angustió entonces, pero supo disimular su estado de ánimo y a fin de no preocupar a los suyos, fingió no creer en dichos presagios, arguyendo que no veía ninguna razón para que su padre el Sol permitiese que cayeran tales desgracias sobre sus propios hijos. Se limitó a ofrecer sacrificios a sus dioses y en consultar los oráculos de Pachacamac y el Rímac, así como otros más, pero las respuestas de estos fueron muy ambiguas o confusas. Así pasaron como tres o cuatro años sin que hubiese novedad en el Imperio, lo cual calmó en algo las inquietudes. Tal vez los dioses habrían cambiado de parecer. Pero las profecías, inexorablemente habrían de cumplirse. Garcilaso dio fe de la veracidad de estas informaciones, y cuenta que la relación de tales presagios ocurridos en tiempo de Huayna Cápac la dieron dos capitanes de la guardia del inca, cada uno de los cuales llegó hasta la edad de 80 años: Juan Pechuta y Chauca Rimache, a quienes, según dice, se les salían las lágrimas cuando recordaban esos vaticinios. Por lo demás, añade Garcilaso, que tales relatos eran de fama muy común por todo el imperio al momento de la llegada de los españoles de modo que no existe motivos para dudar de su veracidad, máxime si solo habían transcurrido unos 17 o 18 años desde lo ocurrido en la plaza mayor del Cuzco, de modo que se descarta que fuera un cuento o fábula, pues para formarse ésta es necesario que transcurra mucho más tiempo.


Otros cronistas cuentan también relatos similares. Por ejemplo, Ramos Gavilán refiere que un anciano indio llamado Tupac Huallpa recordó cómo en un cierto día en que se celebraba una ceremonia muy solemne en la plaza mayor del Cuzco, cayó repentinamente un pájaro de varios colores que nunca nadie había visto y que desde el techo del Templo habló en voz alta y dijo claramente: “presto se acabarán vuestros ritos y ceremonias y habrá otro nuevo modo de vivir”. ¿Un guacamayo venido de los antis? Tal vez en el canto o parloteo del ave exótica quisieron reconocer los incas alguna frase, tal como años después, cuando escucharon por primera a un gallo traído por los españoles, reconocieron claramente la voz “Atahualpa” en el melodioso cantar del ave de corral (por eso hasta ahora a las gallinas se les llama “hualpas” en la lengua quechua).

La profecía de la llegada de los “hombres blancos y barbados”

Por aquellos días en que los laicas o adivinos del Inca se esforzaban en interpretar el suceso del águila de la Plaza Mayor del Cuzco, los españoles de Tierra Firme (actuales costas atlánticas de Panamá y Colombia), daban precisamente los primeros pasos para llegar al Imperio Inca: se hallaban por entonces enfrascados en encontrar un “estrecho” o “brazo de mar” que les permitiera pasar del Mar del Norte (hoy Atlántico) al presumible “Mar del Sur” (hoy Pacífico). Dirigidos por Vasco Núñez de Balboa, entre los que participaban en dicha “entrada” se hallaba un subalterno hasta entonces oscuro y desconocido, un tal Francisco Pizarro, un analfabeto y que al parecer había sido porquero durante su adolescencia. Dicha expedición culminó con el descubrimiento del Mar del Sur, es decir el Océano Pacífico, el 25 de setiembre de 1513. El camino hacia el fabuloso imperio de los incas ya había sido abierto.
Balboa fue nombrado Adelantado de la Mar del Sur, y continuó las exploraciones más hacia el sur, por las costas pacíficas de la actual Colombia, en busca del territorio del Birú o Perú, como se lo empezó a conocer desde entonces. Precisamente su nave fue la que divisaron los hombres del inca Huayna Cápac, quienes de inmediato dieron el informe a su amo, el cual se hallaba en su palacio real de Tumibamba, cerca de Quito. Era el año de 1515. Aún con la preocupación del presagio del águila, Huayna Cápac comprendió entonces que aquello era la clave de todo el enigma que hasta ese momento le devanaba los sesos: recordó una antigua profecía que decía que pasado 12 gobernantes incas llegarían gentes extrañas y nunca vistas que se adueñarían del país, impondrían su gobierno, sus costumbres y su religión, destruyendo el Incario. Sacó cuentas y se enteró que él era el doceavo inca desde el fundador Manco Cápac: la profecía entonces se cumpliría tan pronto como muriera. Pero aún parecía lejano aquel día: el Inca estaba seguro que su padre Sol no lo llamaría aún.

No fue por cierta esta la única profecía que hablaba de la llegada de gentes extrañas. Un cronista registró el testimonio de un anciano del pueblo de Copacabana (Puno), quien aseguró que había oído a sus antepasados que las huacas habían declarado que gente nueva venía por la el mar y que eran hombres blancos y barbados. Que este vaticinio fue cuatro o cinco años antes que ocurriese la invasión. Contábase también que por aquel tiempo una mujer dio luz a dos niños a la vez, uno de color blanco y otro de color negro, lo cual causó mucho temor y fue interpretado como que pronto vendría gente extranjera de tales colores de piel. Todo esto motivó la celebración de muchos sacrificios en el Cuzco y en otros lugares. Pedro Pizarro dio esta versión: se dice que el famoso dios Apurímac, poco antes de la conquista, dijo lo siguiente, según lo relataba un viejo noble cusqueño: “habéis de saber que viene una gente barbuda que os ha de sojuzgar e os he querido decir esto porque comais y bebáis y gastéis todo lo que tenéis, porque cuando aquellos vengan no hallen nada ni tengáis que les dar”. Aún con todos estos presagios en contra, nada parecía indicar que aquellas predicciones funestas podrían cumplirse. El poderío de Huayna Cápac a esas alturas parecía invencible. Era improbable que mientras él estuviese en el poder un puñado de extranjeros pudiese conquistar todo un Imperio y destruirlo por completo. Era algo sencillamente alucinante.

Muerte de Huayna Cápac

Parece ser que Huayna Cápac, en los últimos años de su reinado siguió el consejo del oráculo de Apurímac, de comer y beber hasta gastar todo, para no dejar nada a los invasores que venían. En Tumibamba (reino de Quito) construyó palacios que rivalizaban con los del Cuzco. Fiestas y borracheras llenaron las últimas etapas de su reinado, tanto en su sede quiteña como a lo largo de su paso triunfal por todo el Tahuantisuyo. El Inca encabezaba las livianas diversiones. Era "vicioso de mujeres" según Cieza. Se rodeó de aduladores y lisonjeros y fue “el primer borracho del reino”. "Bebía mucho más que tres indios juntos" a decir de Pedro Pizarro. A pesar de estos vicios, Huayna Cápac era grave, valiente y justiciero. Sus súbditos le querían y le respetaban. En sus manos no corría peligro la unidad del Imperio. Pero él fue quien creó el germen fatal de la disolución, al construir en Quito una sede rival del Cuzco, creando así la causa de la futura división incaica, con lo que allanó el camino de los españoles. Si la tierra no hubiera estado dividida –reconoce uno de los primeros conquistadores– o si Huayna Cápac hubiera vivido, "no la pudiéramos entrar ni ganar".
Y en efecto, mientras vivió Huayna Cápac, aquellos extranjeros que vagaban por las costas del norte del Imperio en grandes barcas no significaban peligro mayor para un Imperio unido bajo la férrea mano del Inca. Pero aquellos invasores llevaban en sus alientos un aliado invisible que les fue de ayuda fundamental en sus planes de conquista, pues sería el gran responsable de la hecatombe de la población indígena: nos referimos a los virus causantes de mortíferas epidemias. La primera epidemia que llegó a territorio del Imperio Inca fue la viruela, prolongación del mortal virus introducido en el Caribe en 1518 por los españoles. De allí pasó a México en 1519, avanzando por la sierra central mexicana, continuando hacia Guatemala y luego Nicaragua. En algún momento llegó a Cartagena, Darién y al istmo de Panamá, de donde se prolongaría más al sur, entre 1514 y 1527. El virus de la viruela llegó al Imperio incluso mucho antes de que la partida de forajidos comandada por Pizarro pisara territorio del Tahuantinsuyo. Las primeras víctimas de renombre fueron el mismo Inca y la nobleza.




Indio víctima de la viruela





Según Betanzos, estando en Quito, Huayna Cápac “cayó con una enfermedad que lo privó de sus sentidos y entendimiento, y le dio sarna y lepra que lo debilitó, y los señores le encontraron en tal estado”. El uso de las palabras “sarna” o “lepra” por el cronista se identifica claramente con los síntomas de la viruela, es decir un severo sarpullido en la piel e inflamaciones. Cieza coincide con Betanzos, agregando que más de 200,000 almas murieron de la epidemia en los distritos circundantes. Fue una epidemia mortífera como nunca se había visto hasta entonces entre los indios.

Garcilaso asevera que al inca le sobrevino tembladeras y una fiebre persistente tras haberse bañado en un lago, y como cada día que pasaba se agravaba su mal, supo entonces que los malos presagios que años antes le inquietaron tanto empezaban a cumplirse. Por si fuera poco, se vio en el cielo un pavoroso cometa de color verde, y un rayo cayó en la casa del Inca, señales indudables de la cercana muerte del Inca, según interpretaron los laicas o adivinos. Estando en tal trance, llamó el Inca a todos sus hijos y parientes, a sus capitanes y gobernadores, informándoles que ya su padre Sol le llamaba “del lago” (pues atribuía la causa de su enfermedad a bañarse en las aguas de la laguna), y que por lo tanto les quería expresar su última voluntad, que según Garcilaso fue textualmente ésta: “muchos años ha y por revelación de nuestro padre el sol tenemos que pasados doce reyes de sus hijos vendrá gente nueva y no conocida en estas partes y ganará y sujetará a su imperio todo, nuestro rey y otros muchos. Yo me sospecho que serán de los que sabemos que han andado por la costa de nuestro mar: será gente valerosa, que en todo os hará ventaja. También sabemos que se cumple en mí el número de los doce Incas. Certifico que pocos años después que yo haya ido de vosotros vendrá aquella gente nueva y cumplirá lo que nuestro padre el sol nos ha dicho, y ganarán el Imperio y serán señores de él. Yo os mando que lo obedezcáis y sirváis como a hombres que en todo os harán ventaja: que su ley será mejor que la nuestra y sus armas poderosas e invencibles más de las vuestras. Quedaos en paz que yo me voy a descansar con mi padre el sol que me llama”.
Si creemos lo que dice Garcilaso, Huayna Cápac pensó que los extranjeros que vagaban por las costas del norte del Imperio eran los enviados del dios Viracocha, que según una antigua profecía arribarían tras la muerte del doceavo Inca y a los cuales aconsejaba no ofrecer resistencia, pues serían superiores a los incas. Versión que el patriotismo de muchos impide aceptar y lo consideran como una patraña del inca cronista.
Cuenta otro cronista que el rostro de Huayna Cápac, cubierto con pústulas feísimas por los estragos de la viruela, adquirió tal monstruosidad, que el Inca decidió ocultarse en una cueva. Se enviaron mensajeros al santuario de Pachacámac para preguntarle al ídolo cuál era la secreta medicina para curar al soberano; el oráculo aconsejó que sacaran al Inca al aire libre, para que recibiera los rayos del sol, pero aún así no mejoró. Estando ya en agonía el Inca dictó las últimas medidas de su gobierno. Su sucesor sería su hijo Ninan Cuyochi y en su defecto, Huáscar. Con la ceremonia de la Callpa los dioses manifestarían su beneplácito. Los nobles incas u orejones corrieron al templo. Varias llamas fueron muertas y en sus vísceras trataron de leer si sería venturoso el próximo reinado. Pero las vísceras salían molidas o dañadas: era señal de mal agüero. Presurosos tornaron los nobles donde el Inca para pedirle que cambiara de decisión y nombrase a otro príncipe; sin embargo el monarca ya estaba agonizando. Los orejones con mucha reverencia se acercaron para hablarle: el Inca ni siquiera se movió, tenía fija la mirada en el vacío. Huayna Cápac acababa de morir: ahora nadie podía cambiar su decisión. Sobre el imperio se extendieron los rumores de los más negros presagios. Era el año 1527, el mismo año en que Bartolomé Díaz, uno de los integrantes de la banda de maleantes peninsulares encabezada por Pizarro y Almagro, cruzaba la línea ecuatorial, en busca del legendario país del oro.
Tal como los presagios lo anunciaron, al sucesor elegido por Huayna Cápac, Ninan Cuyochi, no le fue bien: murió al poco tiempo, víctima también de la viruela. Todos los derechos sucesorios pasaron entonces al segundo príncipe, Huáscar.

El arribo de los Viracochas

El resto es historia muy conocida: las disputas entre Huáscar y su hermano Atahualpa empezaron aquel mismo año y derivaron pronto en una sangrienta guerra civil que desangró al Imperio y lo debilitó tanto que esa fue sin duda una de las razones para su posterior caída a manos de los españoles. La guerra le fue favorable a Atahualpa, contando con el apoyo de sus generales quiteños, Rumiñahui, Quisquis y Calcuchímac, enemigos a muerte de los cuzqueños. Los quiteños se propusieron vengar las atrocidades cometidas por los incas durante la conquista de Quito: tomaron el Cuzco, quemaron la momia de Túpac Yupanqui, y dieron muerte de la manera más horrorosa a los miembros de la panaca de Huáscar, quien fue tomado prisionero y obligado a ver el horrible espectáculo. Cuenta un cronista que, quebrado ante tales sucesos, Huáscar invocó al dios Ticsi Viracocha Payachachic: “tú que por tan poco tiempo me favoreciste y me honraste y diste ser, haz que quien así me trata se vea desta manera, y que en su presencia vea lo que yo en la mía he visto y veo…”

Templo de Viracocha en Rapchi, San Pedro de Cacha, Canchis



El mito de Viracocha, tal como lo han transmitido los cronistas españoles, es uno de los más llamativos del mundo andino: el dios Viracocha fue el Creador y Civilizador de la humanidad, que en tiempos inmemoriales recorrió todo el mundo andino haciendo su obra bienhechora hasta llegar a la costa de Puerto Viejo y Manta, cerca de la línea ecuatorial, y que caminando sobre las olas, desapareció en el mar, no sin antes profetizar que en el futuro enviaría a sus mensajeros. Por eso la gente lo bautizó como Viracocha, que significa “espuma de mar”. En su honor, el inca Viracocha (el padre de Pachacútec) adoptó su nombre tras habérsele aparecido en sueños el dios, según contaba, y construyó un templo laberíntico en Cacha, compuesto de doce corredores; sobre el altar central erigió una estatua similar a la imagen del sueño que le había inspirado el dios: representaba, según la tradición conservada por Garcilaso, un hombre de alta estatura, barbudo, vestido con una larga túnica y teniendo sujeto por una cadena a un animal fabuloso con garras de león. Una imagen que los indios creyeron reconocer en los primeros europeos llegados a estas tierras y por eso los llamaron viracochas.
Coincidencia o no, pronto el deseo de Huáscar se cumpliría. Precisamente en esos momentos llegó un mensajero de Atahualpa (que se encontraba en el norte) con una noticia increíble: en la costa de Puerto Viejo (actual Ecuador) habían aparecido los enviados del dios Viracocha. Huáscar agradecido miró al cielo: al fin la tan invocada justicia divina llegaba para favorecerle. Por su parte, Quisquis y Calcuchímac cogieron a la fuerza al mensajero y lo instaron a que diera más detalles del suceso. El emisario añadiría solamente que por noticias enviadas por los curacas tallanes de Tumbes, Poechos, Paita, Amotape, Catacaos y otros sitios se sabía que procedentes del mar había surgido una legión de dioses, y “el mayor de ellos” los tallanes “creían que era el Viracocha”. Y precisamente ubicaban su aparición en Puerto Viejo, el mismo lugar donde las viejas tradiciones contaban que el dios había desaparecido, prometiendo volver. No había dudas pues, era el retorno del Hacedor.
Pero si Huáscar lo interpretó como que Viracocha venía a ayudarlo, la gente de Atahualpa creyó que en realidad era para bendecir el reinado del inca victorioso. En efecto, Atahualpa, que se hallaba entonces en Huamachuco, “holgose mucho y creyó ser el Viracocha que venía, como les había prometido cuando se fue” y “dio gracias al viracocha porque venía en su tiempo”. Quisquis y Calcuchímac quedaron también convencidos que con Atahualpa empezaba una nueva era y tratando de borrar toda huella del tiempo anterior, quemaron en el Cuzco todos los quipus que hablaban de las hazañas de los incas anteriores. La verdadera historia del mundo empezaría ahora con Atahualpa.

Profecías de la muerte de Atahualpa

Pero poco tiempo le duraría la alegría a Atahualpa. Antes que llegaran los hombres blancos y barbudos vaticinados por antiguas profecías, un famoso adivino llamado Challco le profetizó a Atahualpa su caída y con él la del Imperio. Lo cuenta el Padre Oliva: “Challco, famoso agorero al observarlo Atahualpa, cabizbajo, melancólico, le dijo: “dime, famoso Challco, pues ahora que es tiempo de regocijos y fiestas por el próspero suceso… cuál es el motivo de tu tristeza”. Challco le respondió: “muy pronto te has de ver derribado de tu trono y despojado de tu reino y sujeto no a Huascar que en fin como humano usará contigo de fraterna benignidad sino a unos extranjeros que van surcando el mar contra la furia de los vientos, frustrando sus tormentas, han tomado puerto y lo tiene seguro en sus tierras… es gente grave, ambiciosa, temeraria, incansable en sus empresas… serás su prisonero, quitarte han la vida y con ella fenecerá tu esclarecida casa y prosapia”. Agrega Oliva que Atahualpa, todo turbado, recordó lo que su padre Huayna Cápac había dicho antes de su muerte y entonces ya no dudó más de la desgracia que le sobrevendría.

Y así fue: el Inca fue capturado por los españoles en la celada de Cajamarca, el día 16 de noviembre de 1532, una celada que al parecer también había planeado el Inca para capturar a los españoles, pero que sin embargo se volvió contra él. Cuenta Cieza que, estando en prisión el Inca, una noche apareció de pronto en el cielo un cometa verde, gruesa como un brazo y tan larga como una lanza de jineta; como los guardias españoles que estaban afuera mirasen el cielo y comentasen con asombro el fenómeno, Atahualpa entendió lo que pasaba y pidió que lo sacasen para verlo con sus propios ojos. Después de verlo se quedó muy triste y así estuvo hasta el día siguiente. Pizarro le preguntó entonces la causa de su tristeza. Atahualpa respondió: “He mirado la señal del cielo, y dígote que cuando mi padre, Guaynacapa, murió, se vio otra señal semejante a aquella.” El Sumo Sacerdote o Villac Umu confirmó que aquel cometa era señal de la próxima muerte del Inca. Y en efecto, quince días después, Atahualpa moría ejecutado (26 de Julio de 1533), tras uno de los juicios más inicuos que recuerde la historia.


Álvaro S. Chiara G.


Fuente: Historia del Perú Antiguo de Luis E. Valcarcel. Tomo III. Religión, Magia Mito Juego. Comentarios Reales de los Incas. Inca Garcilaso de la Vega. Primera Parte. Libro Noveno. Cáp. XIV.

martes, 4 de diciembre de 2007

SACRIFICIOS DE NIÑOS EN EL ANTIGUO PERÚ

Las personas que estudiaron la historia del Perú en las escuelas de hace 40 años recordarán sin duda que en los textos escolares se leía que los antiguos peruanos desconocían los sacrificios humanos con fines rituales; es más, se decía que los Moche sólo sacrificaban animales, al igual que los Incas. Actualmente, si bien semejante mentira ha sido ya desterrada de los manuales de historia, sin embargo, ocurre algo que es de igual lamentable: que se silencie sobre este tema, quizás bajo la idea equívoca de solo enseñar a los jóvenes “cosas constructivas”. Tampoco he encontrado en la red páginas confiables referentes a los sacrificios humanos que hacían los incas, y por ello, a fin de que se conozca con más detalle estos hechos, paso a copiar el siguiente texto.

LA CAPACCOCHA ó CÁPAC UCHA


Cada cuatro años, y algunas veces cada siete, se hacía el gran sacrificio llamado Capaccocha, el cual era general en todo el Imperio. De las cuatro partes del mundo (Collasuyu, Chinchaysuyu, Antisuyu y Contisuyu) y de cada pueblo salía una comitiva encabezada por los sacerdotes locales que se dirigía al Cusco llevando en procesión a sus ídolos (llamados huacas); junto con ellos llevaban a niños o niñas de 10 años de edad, escogidos de entre los de mayor belleza y perfección, además de ropa, ganado, plumería, pequeños costales de coca, molido de conchas marinas y figurillas de oro y plata representando llamas, en calidad de ofrendas que hacía el pueblo. Los ídolos eran alojados en un recinto del Coricancha o templo principal del Cuzco, y después salían en procesión solemne a la plaza de Huacaypata, donde en presencia del Inca, se preguntaba a los ídolos si el año sería próspero o no, si el inca tendría larga vida o se moriría y si se levantarían enemigos, si habría peste entre la gente y el ganado. Respondían los sacerdotes, en nombre del ídolo que tenían a su cargo, dando respuestas tranquilizadoras. Luego el Inca hacía dividir las ofrendas en cuatro partes, una para cada uno de los suyus, y después de hecha la distribución, les decía: “vosotros, tomad cada uno su parte de esas ofrendas y sacrificios y llevadla a la principal huaca vuestra y allí sacrificadla”. Y los sacerdotes regresaban a sus lugares de origen y sacrificaban a los niños, que eran ahogados y enterradas junto con las piezas de oro y de plata; el resto de las ofrendas eran quemadas. En el Cusco y dentro del marco de dicha festividad también se sacrificaban niños en honor al Hacedor (Ticci Wiracocha), a quien rogaban diese al Inca larga vida y salud y victoria contra sus enemigos; que durante su gobierno estuviesen sujetas todas las naciones y que viviesen en paz, multiplicándose y que tuvieran abundantes comidas. Después de esta oración, ahogaban a las criaturas, dándoles primero de comer y beber, diciendo que no llegasen donde el Hacedor con descontento y hambre. Extraían los corazones y los ofrecían a la huaca cuyo rostro era untado con su sangre. Los cuerpos de las víctimas junto con las ofrendas y demás sacrificios eran enterrados en Chuquicancha, un pequeño cerro que está encima de San Sebastián, a media legua del Cusco. Luego procedían a hacer otros sacrificios al Sol, al Trueno, a la Luna y a la Tierra. Los últimos sacrificios se realizaban en el cerro de Huanacauri, a la huaca de ese nombre, con procedimientos semejantes y oraciones con un contenido similar. Dice el cronista que relata todo esto (Cristóbal de Molina) que era tantos los lugares que tenían dedicados para sacrificios en el Cusco que sería mucha prolijidad mencionarlos. La capaccocha daba lugar a festejos con taquis o cánticos jubilosos y el Inca ofrecía al pueblo comida y bebida en abundancia.
Una de las tres momias incas conocidas como los "Niños de Llullaillaco", descubiertas en 1999 en la cima de un volcán de Argentina. Fueron sacrificados como parte del ritual de la Capaccocha.


Por su parte Hernández Príncipe (fines del siglo XVI) hizo la siguiente descripción del Capaccocha, dándonos mayores detalles sobre los sacrificios humanos:

Se celebraba cada cuatro años y se cogía cuatro niñas de edad de 10 a 12 años sin mancha ni arruga, de belleza excepcional, hijas de gente importante, y a falta de ellas de la gente común; las cuatro eran llevadas al Cusco y representaban a los cuatro suyus, todas salían a un mismo tiempo y cuando iban por los caminos salían a su encuentro los pobladores de cada comunidad, llevando en procesión a sus huacas; las niñas destinadas a la Capacocha eran conducidas con la huaca principal de su tierra y con sus curacas y servidores, entraban al Cusco poco antes de celebrarse las fiestas del Inti Raymi; y salían a recibirlas los vecinos de dicha capital. El inca y los de su Consejo se habían ya confesado y lavádose en el río Apurímac. Entraban las jóvenes al Aucaypata (Huacaypata, plaza principal del Cusco), donde ya se encontraba sentado el Inca en su escaño de oro y junto a él por su orden las estatuas del Sol, y del Trueno y los cuerpos momificados de los Incas, interviniendo los sacerdotes que dirigían el rito: daban dos vueltas por la plaza, haciendo venias a las estatuas y al Inca, el cual, con semblante alegre, las saludaba, y dirigiéndose hacia el Sol, en “términos oscuros”, daba a entender que ofrecía a las electas y le rogaba las aceptase. Brindaba en seguida en dos aquillas de oro, derramando el líquido que debía beber el sol de uno de los vasos. El Inca aparecía rodeado de las pallas. El propio monarca “se refregaba entonces el cuerpo con estas muchachas (...) por participar su deidad” y el Sacerdote Mayor del Sol degollaba una llama blanca y con su sangre hacía asperje a la masa de harina de maíz blanco que llaman zancu y comulgaba el Inca y los de su Consejo, diciendo primero: “ninguno que estuviera en pecado sea osado de comer de este Yaguar-sancu porque será para su daño y condenación”. Repartía la carne de llama sacrificada en cantidades mínimas, como si fueran reliquias y convidaba a las electas. La fiesta duraba muchos días, siendo sacrificadas 100,000 llamas (!).


Las jóvenes que debían ser sacrificadas en el Cusco eran conducidas a Huanacauri o la casa del Sol, y después de adormecerlas se las bajaba al fondo de una especie de cisterna sin agua, en cuyo fondo, a un lado se había hecho un depósito, en el cual la víctima era emparedada viva. Las demás eran enviadas por el Inca a sus lugares de origen, en los que les aguardaba idéntica suerte. Los padres recibían, en compensación, especiales privilegios, sobre todo dándoles autoridad y nombrando sacerdotes encargados de las ceremonias anuales que debían celebrarse; servía esta Capacocha de guardia y custodia de toda la provincia.

Hernández Príncipe nos ha transmitido también el relato sobre uno de esos cultos de provincias que se realizaba en torno a las víctimas del Capaccocha. El pueblo donde recogió tal relato era Aija, a dos y media leguas de Ocros; la muchacha sacrificada se llamaba Tanta Carhua, hija del Cacique Poma, y por su sacrificio su padre consiguió del Inca el asiento y señorío de Curaca de Aija.

Tanta Carhua tenía diez años cuando fue llevada al Cusco y allí le hicieron muchas fiestas, y a su regreso continuaron haciéndolas; pero ella protestaba diciendo que era bastante con las que ya le habían hecho en la capital del Imperio. Lleváronla entonces a un cerro alto, a una legua de Aija, en que rematan las tierras del inca, y hecho su depósito la bajaron a él y la emparedaron viva. Cuenta Hernández Príncipe que, informado de todo esto fue al mismo lugar, donde hizo que cavaron un pozo hasta de tres estados de fondo, y allí encontraron el terreno bien nivelado y en el remate hecho un depósito a modo de alacena, donde estaba muy sentada al modo antiguo Tanta Carhua, con muchas alhajas, topus y dijes de plata que el Inca le había regalado y muchos cantarillos y ollitas. Su cuerpo estaba ya deshecho y su finísima ropa esgamosada que apenas podía tocarse. Los ancianos refieren que cuando se sentían enfermos o tenían alguna necesidad de socorro, venían a este sitio acompañando a los magos, quienes “asimilándose” a la Tanta Carhua les respondía, con voz femenina, lo que debían hacer en cada caso. Era, pues, un verdadero culto el que le rendían las gentes de su ayllu de Urcon, desde los cerros vecinos, pues era de difícil acceso el lugar mismo donde se encontraba Tanta Carhua. El último curaca, hijo de Cacique Poma y por consiguiente hermano de Tanta Carhua, fue Cóndor Capcha.

Fuente: Luis E. Valcarcel, “Historia del Perú Antiguo”.

SEXUALIDAD EN EL ANTIGUO PERÚ

No hace muchos años atrás, Federico Kauffmann Doig publicó su libro "Sexo y magia sexual en el antiguo Perú", un tema por desgracia poco tratado por otros especialistas de la cultura andina. Kauffmann considera que el sexo en el antiguo Perú tuvo relación con la fecundidad de la tierra y señala que actualmente, en algunos pueblos andinos existen muchos ritos en los que se combina la sexualidad con lo mágico-religioso: "El objetivo de estos ritos es el de solicitar por medios mágicos, justamente la fecundidad de los animales y de las plantas". Menciona como ejemplo, un rito que se conserva en Langui, Cusco, donde para cierta festividad, hombres y mujeres se visten con ornamentos de carneros y llamas y bailan como en una representación sexual

Efectivamente, bajo el Incario existieron muchos de esos rituales. Los jóvenes participaban de danzas rituales de la fecundidad, como aquella celebrada en honor de Chaupiñanca, en que los hombres terminaban bailando completamente desnudos porque creían que al verles en esa guisa disfrutaba más la Pachamama o la “madre tierra”. Otras festividades terminaban en lo que hoy llamaríamos orgías desenfrenadas. Existía también otra festividad de la fecundidad, llamada acataymita, que tenía lugar en el mes de diciembre, cuando empezaban a madurar los paltos, y que consistía en reunirse hombres y mujeres jóvenes en un descampado rodeado de huertas, completamente desnudos; luego corrían velozmente hacia un cerro algo distante, el varón persiguiendo a la hembra, y el hombre que alcanzaba a una mujer, la tumbaba y copulaba con ella. Este rito duraba seis días y se creía que ejercía una influencia mágica en la maduración de los frutos. Sin duda, todos esos ritos tendrían raigambre preinca, y aunque los cristianos trataron de extirparlos, siguieron siendo practicados aún mucho después de la conquista (en la Relación de los agustinos, año 1557, aparece una referencia escueta a la práctica de esta costumbre en la región de Huamachuco).

También hay evidencia de un culto fálico o sea la erección del miembro sexual masculino para invocar la fecundidad de la tierra y de los animales. En Chucuito (Puno) y cerca de la Iglesia principal, existe un bosque de falos agresivos tallados en piedra, conocido como el adoratorio de Inca Uyo (o “miembro viril del inca”, como jocosamente lo bautizaron los lugareños), aunque se cree que originalmente dichas escultura estaban desperdigados por la campiña.

En general, al margen de su relación con lo mágico-religioso, podemos aseverar que los antiguos peruanos practicaron una sexualidad libre de conflictos de tipo moral, viéndo como algo natural el buscar el placer sin más objetivo que el placer. El erotismo estaría presente en todas partes, en todos los actos, en todos los momentos de la vida, el incendio de una mirada, el tocamiento de la piel, en la penetración de los cuerpos, en el embarazo y hasta en el parto, cuando el varón sufre los dolores de la parturienta y se acuesta a su lado, para compartir la dulzura del alumbramiento, escena esta representada en un ceramio moche.

Según vemos en las representaciones de la cerámica escultórica de diversas culturas preincas (Moche, Vicus, Chimú), podemos inferir que la cópula era ejercida de las más diversas formas. Asimismo, de lo expresado en los documentos que nos han dejado cronistas y “extirpadores de idolatrías”, tenemos algunos atisbos sobre las prácticas íntimas de los nativos peruanos; por ejemplo una simple relación sexual entre muchachos no tenía las implicaciones morales o jerárquicas observadas en otras sociedades; ya desde la pubertad e incluso antes (dependiendo de cada sociedad) se adquiría la experiencia amatoria y no era un asunto grave la pérdida de virginidad. Por la documentación existente se deduce también que existían mujeres dedicadas a instruir a los niños en la masturbación y cómo prolongar la erección. Se sabe que en el Acllahuasi o casa de las escogidas, las muchachas entre 13 y 15 años, destinadas a ser esposas o concubinas de los nobles, eran adiestradas por la mamacona (o matrona, o sea la aclla de más edad) en las artes que debía saber una mujer casada, incluido el entrenamiento sexual para que pudieran satisfacer plenamente a sus futuras parejas.

Todo ello ahora lo llamaríamos perversiones o aberraciones, pero para los antiguos peruanos era de lo más sano y normal. Por cierto, más conocido por el gran público es cómo los moches representaron con mucho detalle en sus ceramios diversas posiciones del coito, contabilizándose en número de ocho. Generalmente se representa al hombre vestido y a la mujer desnuda. Como parte del juego amoroso están incluidos el sexo oral y anal. Unos pocos huacos representan también la masturbación y relaciones homosexuales, aunque estos últimos sean más dudosos, por hallarse dañados o fragmentados, o bien porque no se percibe con claridad los detalles. Como ya expliqué anteriormente, todo indica que los ceramios que representaban “aberraciones”, fueron destruidos por las mismas manos de quienes supuestamente debían salvaguardarlos, aunque no sepamos exactamente la cantidad de piezas que sufrieron ese triste fin.

El sexo anal (dentro del ámbito de la heterosexualidad, o sea hombre-mujer) está representado con “frecuencia extraordinaria” en los ceramios moches según señala Kauffmann Doig y se cree que era un método anticonceptivo muy practicado entre los moches, lo cual no es simple suposición gratuita, sino que se basa en indicios razonables. Por ejemplo, existe un ceramio donde se ve a una mujer dando de lactar a su hijo mientras que un hombre la penetra analmente; de esa manera se evitaría el embarazo, pues era regla firmemente obedecida, hasta hoy en el mundo andino, de que la mujer debía evitar quedar otra vez embarazada durante el tiempo de lactancia de la criatura, para no interrumpir la producción de leche materna.

Por cierto, como una muestra de la pobre mentalidad de cierta gente encargada de cuidar el patrimonio cultural, en el "Museo Nacional de Arqueología, Antropología e Historia del Perú", (MNAAHP) de Pueblo Libre (Lima), cientos de huacos eróticos permanecen escondidos en los depósitos de este enorme edificio; recién en marzo del 2004 fueron sacados "a la luz", tras casi medio siglo de ocultamiento, para una exposición temporal alusiva al tema sexual en el antiguo Perú, pero, una vez concluido el evento fueron de nuevo guardados sin mayores explicaciones. En cambio, cerca de allí, en el Museo Larco Hoyle, la exposición de las cerámicas eróticas está continuamente abierta al gran público.

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Álvaro S. Chiara G.

MAS SOBRE LA DESTRUCCIÓN DE LOS HUACOS "ABERRANTES"


Quisiera precisar algo más en lo que respecta a la información sobre los huacos eróticos censurados. Eso lo comentó Marco Aurelio Denegri en una diálogo que sostuvo con Federico Kauffmann Doig en su programa televisivo “La función de la palabra”. Denegri destacaba que buena parte de nuestro patrimonio cultural ha desaparecido, no solo por obra de los huaqueros y traficantes de piezas precolombinas, sino por obra de los mismos investigadores y arqueólogos, bajo los impulsos de una moralina y un patrioterismo mal entendido, inaceptable en una labor como esa. Se destruyeron o mutilaron muchísimas piezas arqueológicas que representaban “prácticas degeneradas”, degeneradas según el concepto occidental y cristiano, claro está. ¿Cómo sabemos que existieron dichas piezas? Por ejemplo, en su conocidísima obra “La antigüedad de la sífilis en el Perú”, el gran Julio C. Tello afirma textualmente que “la representación de la cópula de seres humanos con llamas se encuentra con harta frecuencia” en las excavaciones; el asunto es que actualmente no existe NINGUNA de esas representaciones. ¿Qué fueron de ellas? Denegri contó que el doctor Arturo Jiménez Borja le mencionó como vió en una ocasión a la doctora Rebeca Carrión Cachot arrojar al suelo cerámicas con representaciones eróticas que consideraba “degeneradas” o “aberrantes”. Y no solo dicha arqueóloga, sino que muchos otros procedieron de esa misma manera, imbuidos en un equívoco afán de querer conservar solo una “visión digna” de nuestro pasado prehispánico. No solo la representaciones de zoofilia sufrieron a manos de estos iconoclastas (por llamarlos de alguna manera), sino también las de homosexualismo y sabrá Dios que otras más. Lo cual indudablemente ha sido una pérdida irreparable del legado cultural de nuestros ancestros. Y claro, no faltará alguien por allí que pretenda culpar de todo ello a la “moral restrictiva” que impone la Iglesia Católica en materia sexual, pero hay que dejar en claro las cosas. Los antiguos peruanos tenían también sus tabúes, al igual que nosotros actualmente, el asunto es que hay que entender las costumbres de acuerdo a la época y al ambiente en que se desarrollaron y no pretender juzgarlas con nuestra moderna mentalidad occidental y cristiana. No se puede medir a las sociedades antiguas con la vara o la medida con que ahora nos medimos. Es más, uno de los errores de los misioneros y doctrineros católicos fue indudablemente calificar de “satánicos” los rituales y ceremonias religiosas de los nativos, cuando estos no tenían el concepto de Satanás, y por lo tanto mal podrían ser “adoradores del diablo”. Sin duda un absurdo total.




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Álvaro S. Chiara G.

LO QUE NO NOS CONTARON EN LA ESCUELA

Sacrificios humanos en el antiguo Perú

Aunque el Inca Garcilaso, interesado en que el mundo tuviera solo una visión idílica del Incario, no los mencione, está bien comprobado que en el antiguo Perú se hacían sacrificios rituales de personas, particularmente de niños, aunque no fuera una práctica constante como algunos malintencionadamente han afirmado. El testimonio reiterado del resto de los cronistas, así como las momias halladas en las cimas de los Andes lo confirman. Bajo el Incario se conocía con el nombre de CAPACCOCHA la fiesta donde se hacían sacrificios de niños.

En la Enciclopedia Ilustrada del Perú de Alberto Tauro del Pino, se describe la Capaccocha, pero por ningún lado se alude a los sacrificios humanos ¿por qué el silencio? Leamos lo que dice al respecto Luis E. Valcarcel (Historia del Perú Antiguo, Tomo III):

“Dice el padre Ramos Gavilán que en negocios graves y de importancia usaron casi en todo el Perú y en particular en el Cusco y en Titicaca el sacrificio de niños cuya edad fluctuaba entre los 6 a los 12 años. En particular se realizaban en caso de enfermedad del Inca o cuando iba a la guerra o para que consiguiese victoria o cuando se coronaba. En las fiestas principales del sol y de la luna el sacrificio era de 200 niños en diversos adoratorios señalados. El procedimiento era ahogarlos, después de haberles dado muy bien de comer y de beber y llenándoles la boca con coca molida, deteniéndoles la respiración; otras veces los degollaban y con su sangre se teñían el rostro. Eran enterrados con muchas ceremonias y con ellos los vasos con que les habían dado de beber y por esta causa en algunas sepulturas antiguas se suelen hallar algunos de madera o queros y de plata o aquillas. Otro procedimiento empleado consistía en que los sacerdotes ponían a la víctima sobre una losa grande con el rostro mirando al sol y, estirándole el cuello, ponían sobre él una teja o piedra lisa algo ancha y con otra le daban encima rudos golpes que le quitaban rápidamente la vida, y así muertos los dejaban dentro de la misma huaca”.

Como es de suponer, la dominación hispánica no pudo desterrar de forma definitiva este y otros rituales antiguos practicados por los curacas, pese a la severa prohibición que se impuso y a las amenazas de los doctrineros católicos contra quienes persistían en sus “prácticas diabólicas”:

“Cuenta Ramos Gavilán que un español llamado Pedro Franco, buscando unas minas, en el distrito de Sicasica, Corregimiento de Caracollo, allá por el año de 1598, llegó a un lugar donde había algunas tumbas de los gentiles y entre ellas una que era mayor que las demás, y habiéndose acercado oyó no sin sorpresa que salía de ella un quejido lastimero, y acercándose más comprobó que el gemido iba en aumento y que correspondía a un ser humano. Como la tumba estaba tapiada hizo uso de una barreta para abrirla y halló dentro con enorme sorpresa una hermosísima niña de edad de 10 años que se encontraba casi moribunda, porque según lo declaró después hacía 3 ó 4 días que la habían enterrado los curacas de Sicasica, en sacrificio a sus dioses. Concluye la historia asegurando que la muchacha así salvada vivió mucho tiempo y que la versión que se relata era muy conocida en la comarca” (Valcárcel).

Canibalismo en la época Pre Inca

“Cuando llegaron los españoles al Perú, en el s. XVI, en el ámbito del Imperio de los Incas estaban excluidas las prácticas canibalísticas. Ellas estaban vigentes, en cambio, en casi todo el entorno. Al norte de la tierra de los Pastos, en Colombia, el canibalismo era generalizado y también era una práctica establecida entre los Tupinambá del oriente de Brasil y hay indicios que subsistía vestigialmente entre los araucanos del sur. En las leyendas de Huarochirí, se cuenta que el dios Pariacaca, al saber de las costumbres antropofágicas del dios Wallallo Carhuincho, decidió castigar sus malos hábitos expulsándolo a la tierra de los Huancas adonde debía ir a comer perros. Todo eso fijó la idea de que en el antiguo Perú la antropofagia no existió nunca y, cuando, en 1905, Max Uhle encontró las primeras evidencias de esas prácticas entre los primitivos pescadores de Supe, hubo una gran resistencia a aceptarlas y se buscaron argumentos para indicar que Uhle había mal interpretado la información. Muchos años después, ya en la segunda mitad del s. XX, como resultado del interés en examinar con detalle los huesos desechados en los basurales arqueológicos, se fue hallando suficientes evidencias como para confirmar que Uhle no estuvo equivocado. En todos los sitios de la época Chavín, y en todos los de los períodos precedentes, desde cuando se definió la vida basada en la agricultura, en el precerámico o Arcaico Tardío, aparecen restos de seres humanos que fueron comidos por sus semejantes. Eso indica que, escenas como las que aparecen en los muros de Cerro Sechín no eran sólo una referencia a la guerra, pero seguramente también a lo que seguía luego, con la canibalización de los vencidos, tal como ocurría en las guerras que presenciaron los españoles en el valle del Cauca, en Colombia. En Chavín, en la Galería de las Ofrendas, junto con los presentes de comida de venados, camélidos, aves y peces, en platos suntuosos había también "presas" de cuerpos humanos de diversas edades; un cálculo no definitivo induce a pensar en al menos 21 personas distintas. Habían sido muertos más humanos que venados o cuyes, aunque eran más los potajes con carnes de alpacas o llamas. Los huesos humanos habían sido cortados, cocidos o asados al igual que las presas de los otros animales. No tenemos noticias específicas aun sobre las formas y circunstancias de estas prácticas de canibalismo, pero sí sabemos que estaban generalizadas en la época de Chavín y que duraron cuando menos hasta la época de los Mochicas en la costa norte del Perú. Durante y después del llamado Horizonte Medio, hacia el s. VI d.C., no aparecen ya restos de este tipo; y, de hecho parece que ya habían sido erradicadas en tiempo de los Incas”.

http://chavin.perucultural.org.pe/antropofagia.shtml

Huacos eróticos censurados

Marco Aurelio Denegri refirió una vez que una persona de entera credibilidad le contó haber sido testigo de cómo la distinguida arqueóloga peruana Rebeca Carrión Cachot (1907-1960), destruía una cerámica preinca que representaba la cópula de un hombre con una llama, calificándola de “depravación”. Lo curioso es que actualmente no existe ningún huaco que represente una escena como esa (pese a la diversidad de las prácticas amatorias que reflejan los huacos eróticos conservados), lo que nos hace pensar que la labor de los “moralistas” ha debido de ser muy eficiente. Pero Kauffmann Doig cree que la zooeroastia o bestialismo no debió estar muy extendido entre los antiguos peruanos; sabemos por ejemplo que bajo el Incario los que hacían tales prácticas eran tratados como indeseables.

Denegri ha destacado también el hecho que para algunos estudiosos ceñidos bajo los cánones de la moral cristiana les es incomprensible que en algunas sepulturas de niños se encontraran huacos eróticos. Sin duda son las consecuencias de querer interpretar los sucesos y costumbres del pasado con mentalidad moderna.

Sodomía entre los antiguos peruanos

Sabemos que la homosexualidad era muy repudiada en el Incario, a tal punto de ser perseguida y castigada. Sin embargo, su práctica se conservó en algunos puntos del imperio, aunque solo en el marco de ceremonias religiosas que tenían raigambre preinca. Se mencionan al respecto los adoratorios situados en Chincha y el Callejón de Conchucos, por poner unos ejemplos. Al menos eso es lo que nos da a entender la información que el cronista Pedro Cieza de León Cieza ha dejado en su libro "La Crónica del Perú", el cual dice citando al padre Domingo de Santo Tomás:

"Verdad es que generalmente entre los serranos y yungas ha introducido el demonio este vicio debajo de especie de santidad, y es que cada templo o adoratorio principal tiene un hombre o dos o más, según es el ídolo, los cuales andan vestidos como mujeres desde el tiempo que eran niños, y hablaban como tales, y en su manera, traje y todo lo demás remedaban a las mujeres. Como éstos, casi como por vía de santidad y religión, tienen las fiestas y días principales su ayuntamiento carnal y torpe, especialmente los señores y principales. Esto sé porque he castigado a dos: el uno de los indios de la sierra, que estaba para este efecto en un templo, que ellos llaman guaca, de la provincia de los Conchucos, término de la ciudad de Huanuco; el otro era en la provincia de Chincha; indios de su majestad, a los cuales hablándoles yo sobre esta maldad que cometían, y agravándoles la fealdad del pecado, me respondieron que ellos no tenían culpa, porque desde el tiempo de su niñez los habían puesto allí sus caciques para usar con ellos este maldito y nefando vicio y para ser sacerdotes y guarda de los templos de sus ídolos. De esa manera que lo que les saqué de aquí es que estaba el demonio tan señoreado en esta tierra que, no contentándose con hacerlos caer en pecado tan enorme, les hacía entender que el tal vicio era especie de santidad y religión, para tenerlos más sujetos." (Capítulo LXIV).

Asimismo, Garcilaso en sus "Comentarios Reales" admite que en ciertas etnias se practicaba la sodomía religiosa o ritual: "Hubo sodomitas en algunas provincias, aunque no muy al descubierto, sino algunos particulares y en secreto".

Prostitución bajo el Imperio Inca

“La prostitución parece haber estado oficialmente permitida (bajo el Incario), aunque se desconoce aun su extensión temporal. Las meretrices eran conocidas con el nombre de pampahuarmi y ejercían su oficio en los extramuros. Para que se dé prostitución es necesaria una recompensa a cambio de un favor sexual. Comoquiera que no circulaba el dinero, el favor debió ser retribuido en el marco del trueque, mediante algún objeto o comestibles. Lorenzo de Sain-Cricq (Marcoy 1869) documentó en el siglo pasado (siglo XIX) un caso de prostitución en el sur del país, donde la palabra pampahuarmi, mencionada por Domingo de Santo Tomás (1560) en su acepción de meretriz, sobrevivía; pervive todavía en la actualidad. Llama la atención que hubiera prostitución en una sociedad de preceptos tan rígidos como la del Incario”. Historia y Arte del Perú Antiguo. Tomo 5. Federico Kauffmann Doig.

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Álvaro S. Chiara G.